Mi idea se inspira en los sentimientos de odio, indignación y venganza que ahora y desde tiempos remotos privan en la comunidad; tres sentimientos que yo declaro nobles, normales y justos. Me baso en el teorema del clavicordio: un clavo saca otro clavo. Creo que sólo de una manera puede ponerse paro a la criminalidad: exterminando a los criminales, como sostiene el Juez de Opico, licenciado Carlomagno Quintanilla. El pueblo, por cuya boca se dice habla Dios, pide ahora, a través de periódicos, radiodifusoras, etc., que se aplique a profusión la pena de muerte. Hay que respetar y obedecer a Dios.
Como no me gusta escibir preámbulos, suprimo argumentos menores y paso a exponer los fundamentos del proyecto de ley que he remitido a la Asamblea Legislativa para que reforme el Código Penal. Asimismo, paso a justificar la solicitud que he presentado a la Fiscalía General de la República, pidiendo me nombre auxiliar mayor de la institución, con el título de Verdugo General de la República.
En el proyecto propongo que todo aquel que mate, cualesquiera sean las circunstancias, todo aquel que robe, por mínimo que sea el valor de lo robado, todo aquel que cometa secuestro, extorsión, violación o abuso deshonesto, un simple tocamiento de nalgas, o cause cualquier daño, injurie, calumnie, se burle de alguien, chismorree o ejecute otras infracciones menos graves que voy señalando, sea condenado a muerte; que la sentencia condenatoria no admita apelación ni ningún otro recurso y se ejecute al estilo francés, por medio de guillotina. Podrá usarse machete para el degüello únicamente si la máquina se descompone. Agrego que debe ser indifirente la edad del hechor y recalco que
no importa que existan circunstancias atenuantes que no son sino invento de los abogadillos,como me han enseñado el Capellán, hombre lumbrera, íntegro, que todo lo sabe y que además de ser honorable es impecable, no sólo porque se baña y cambia de ropa todos los días, sino porque no comete pecados, como el de apoyar a los leguleyos que patrocinan criminales, defensores de mierda, digo yo, alimañas que cada vez que abogan a favor de sus clientes, deberían ser condenados a la misma pena que se impone a ellos. Día llegará en que se alumbren las oscuras cabezas de los legisladores y promulguen leyes que permitan condenar a muerte no sólo a los imputados, sino también a los que tratan de exculparlos. Yo, siendo juez, condenaría por parejas, acusado y defensor; ambos son igualmente culpables.
Antes de aplicar la pena máxima, si se trata de violadores, estos deberán ser castrados, pero sin anestesia o deshaciéndoles los testículos mediante aplastamiento con dos ladrillos, como propuso hace poco un periodista radicado en este país.
En la solicitud de concesión pido se me permita instalar en el Estadio Nacional Mágico Gonzalez un aparato guillotinador, invento mío, por cierto, y se me nombre Verdugo General de la República, cargo que ofrezco desempeñar gratuitamente. Me comprometo a despachar, en ceremonia solemne que realizaré los sábados por la tarde, tantos cuantos condenados a la pena capital me envíe el gobierno. Mi labor será intensa y agotadora, en virtud de la reforma propuesta que multiplicará las penas capitales; pero tengan por cierto que yo sabré cumplir, dar abasto y, a la par, iré formando capital que me permitirá vivir decentemente y me protegerá de las desventuras de la vejez.
Las nuevas normas contenidas en el Proyecto y mi futura labor como ajusticiador traerán bien a la Patria. Como todos los delitos se castigarán con la última pena y yo infundiré el pánico con mis funciones sabatinas, llegará un día en que los ciudadanos, por mieditis, dejarán de delinquir. Cundirá el terror, yo lo aseguro.
Hombres, mujeres y niños verán caer la cuchilla, rodar las cabezas, me verán conducirlas en estacas, como trofeos, marchando a paso de ganso sobre el engramado, para colocarlas despaciosamente, mientras redoblan los tambores, en las astas destinadas ahora a las banderas. Allí quedarán expuestas hasta las seis de la mañana del domingo, para prestar servicio de ejemplaridad. Los precios de las entradas serán los mismos que hoy se cobran por los partidos de fútbol de la liga mayor; pero se cobrará tarifa reducida a los que llegaren tarde y no pudiesen conseguir asientos por exceso de espectadores.
Cierto que, como el ingreso a las funciones será pagado, haré un buen negocio con la venta de boletos a los miles de curiosos que llegarán al coliseo. Pero recuérdese que desempeñaré mi cargo ad-honorem. Además, el Estado hará otro negocio no menos bueno al ahorrarse los dineros que ahora gasta en construcción de cárceles públicas y secretas, mantenimiento de reos y sueldos de torturadores, gastos en armas de fuego y municiones para las ejecuciones públicas de los condenados judicialmente y para la ejecución o muerte secreta de los condenados sin juicio, porque el rumor que corre (y hay que ver cómo corre, tan rápido que ya salió del país) es que así terminan los desaparecidos, que ahora son desaparecidos del todo, que ya murieron, que ya fueron asesinados y cuyos cadáveres se lanzaron al mar, o a los ríos, o a los hondos precipicios. Todo esto se niega oficialmente, como corresponde al sistema de mentiras e hipocresía que se ha instaurado. Se niega también que hayan escuadrones de la muerte, no obstante que es evidente que esos escuadrones siguen funcionando, según consta por los anónimos que mandan y los asesinatos que cometen.
En abono de mi tesis de prodigar la pena de muerte, puedo transcribir palabras de San Ambrosio de Loyola y de Santo Tomás de Kempis. De memoria recuerdo los textos de tan ilustres políglotas. Dicen así... Temo que la transcripción no sea conveniente.Además, ya no tengo deseos de seguir escribiendo.
Me duele la mano izquierda --soy zurdo--, la que me obligaron meter en agua hirviente para que confesara y, lo peor de todo, sin necesidad, como dijo el poeta Evaristo, porque yo, sin coacción, sin que me gritaran, me quemaran, me ... iba a confesar, pues es cierto, achís, que yo maté a los dos viejitos locos que decían eran mis padres y que me jodieron desde pequeño con regaños, advertencias y prevenciones, como cuando me decían no hagás esto, no hagás aquello, no salgás, volvé temprano, sos vago, sos maleante, sos bruto, sos ladrón.
Llegaron a fastidiarme al límite que puede soportar un hombre, un hombre de verdad que no es pendejo y que sabe que ha nacido para que le respeten sus ideas y sus gustos, y no para trapeador de los mayores. No pude entender ni perdonar a mis padres ni a mis maestros, personajes fatídicos que me amargaron la vida imponiéndome tareas repulsivas y gritándome improperios. Como era pequeño y débil, se aprovechaban de mi impotencia y por cualquier falta que cometiera, o porque se enojaban, o simplemente porque les daba la gana, me zampaban unas cachimbeadas bárbaras que me dejaban jodido por fuera y por dentro. Yo tengo cicatrices visibles en la cara, en todo el cuerpo y, según el psiquiatra, otras invisibles, hondas, que a saber cómo serán, y me han deformado el caracter natural (dice él) y me han vuelto impulsivo e insensible.
Cuando despaché a los dos viejos, suerte fue para el padre Tomate, así lo apodábamos, andar de vacaciones por España, y suerte fue también para don Tiburcio que viviera lejos de mi casa. Por eso no los liquidé como aparecían en mi proyecto completo que había premeditado.
Después de acuchillar al par de ancianos, que no gritaron por el miedo que los paralizaba, me vino cansancio, sueño. Por eso se salvó don Bucho, quien vivía ahí nomás, a dos cuadras, y del que había jurado desquitarme por los regaños y por uno que otro cinchazo que me propinaba cuando me sorprendía robando
caramelos y chupabesitos en su tienda.
Me perturba que mis compañeros de cárcel digan, basados en el dictamen que dieron los médicos forenses (quienes son tarados e ignorantes), que estoy loco. Aseguran los cheros que mis solicitudes serán denegadas, como lo ha sido la que hice para que me conmutaran por prisión perpetua la pena de muerte que por parricidio se me impuso (¿por qué dijeron sólo parricidio y no dijeron también marricidio?), pena que se ejecutará dentro de ocho días, el próximo martes, porque ya se hizo el señalamiento definitivo.
Pero yo tengo esperanzas, porque sé que no estoy loco y porque he dejado demostrado, en este y otros memoriales, que seré más útil a la sociedad actuando como verdugo que ya muerto.
Así que firmo, rubrico, sello con el sello de los sabios de Sión y espero confiado.
José María Méndez
